Sinuosos pasos, recortaban las sombras en la noche. Era ella, si, cada
noche la miraba al pasar, pero nunca se atrevió a decir nada.
La veía alejarse bajo las farolas de las Ramblas, una larga melena
negra que se mecía al compás de sus andares, su vestido rojo muy
ceñido, atado tras la nuca dejaba ver el espectacular escote de la
espalda que descendía hasta lo imposible, zapatos negros con finos
tacones, bolso a juego colgado sobre sus redondeados hombros. Y un
cigarrillo encendido.
A donde iba, él no lo sabia pero su corazón latía desbocado cada vez
que la veía. La amaba en silencio. Y noche tras noche tras la ventana
su mente imaginaba que le correspondía, que un día llamaría a su puerta
y le diría que ella también le veía observarla y que también le amaba.
Tras largas horas insomne, cada noche, amanecía, y con la luz sus
sueños se desvanecían, y sabia que nunca seria suya, ni siquiera sabia
si era real o su mente la creaba cada día para soñar con el amor que
sabia no tendría.
Tumbado en la cama conectado a una maquina, inmóvil para siempre, sabia que solo a través de esa ventana, sentía la vida todavía.
viernes, 5 de marzo de 2010
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